miércoles, 18 de agosto de 2010

Los herrajes de la Luna

Nos trae la noche, el reflejo nos hace tangibles
Se abre la puerta, se dibujan las manos abriéndonos las ropas
Te visto de desnudez, y me lames los ojos con tu silueta
Se besan por la ventana la noche y la luna
Conversan los pasos, de la piel sobre las sábanas
Grises y apenas visibles, están los dogmas:
Premonición de fuego, ausencia de tiempo.
Rechinan los herrajes del pudor,
Y al oírlos, se petrifica la noche.
El alma se nos escapa por los poros, y nos esculpe.
El roce corta, quema… después se vuelve caricia.
Tu piel me habla, me grita hasta matarme entre sensaciones
Instantáneamente te vuelves brisa que se mete en mis ojos
Se me nubla la noche, y se vuelven negros los rostros
Morimos, deslizándonos hacia el piso.
Después la alcantarilla, después la oscuridad
Entramos al agua, inmóviles y nos vemos en el cielo
Tú, tan blanca…
Yo, tan ausente.

viernes, 6 de agosto de 2010

Coronel Ulloa

Al Coronel Ulloa:

Los niños crecen y te preguntan cosas; qué les vas a decir, si siempre anduviste escondiendo la cabeza como avestruz. Qué cara vas a poner cuando te pregunten si tú hiciste algo por acabar la corrupción; y se te venga encima el recuerdo de tu amistad con el presidente municipal, el caballo pura sangre que le regalaste para que te diera el permiso de poner la cantina, que quebró durante la crisis y que cuando volviste a abrirla, no pasó más de un mes para que se agarraran a tiros los empresarios que sustituían maletines por botas, sombrero y pistola.

Después ya nadie quiso entrar, huele a muerto, decían.

Te dedicaste a ser policía y de ahí hiciste lo que tantos años te duró como fortuna; pero la impunidad de tus actos te cobró cuentas: amenazas a tu familia, un hijo muerto y otro casi acabado a puñaladas, esto hecho por los mismos que dijeron ser tus amigos y tantas veces te llenaron la cartera hasta que no cupo un peso más.
Fuiste presa también de tu nepotismo y malos manejos, cambió la administración y comenzaron a irse tus palancas, unos se fueron bajo tierra y otros a robar en mayor escala. El servicio médico siempre había sido malo, pero sin tus contactos, para ti era peor; eras un viejo decrépito en silla de ruedas, dejado así por una venganza. El verte gritar improperios, tirado en la escalera del hospital, insultando a todos los que estaban alrededor: a los camilleros que no respondieron al nombre de gatos, a mi madre por debilucha y a mí por enano, porque según tú te dejamos caer; lo recordaste como el mayor insulto que te pudieron haber hecho, y no perdiste oportunidad para reprochárnoslo, para decirlos que éramos unos buenos para nada. Tuviste que acudir a médicos privados, pero tu enfermedad siguió avanzando. Aun estando impedido de cierto modo, seguiste haciendo de las tuyas; al Coronel Ulloa nadie le iba a hacer nada, nadie lo iba a detener, así tuviera sólo una mano para defenderse, decías mientras paseabas el pulgar sobre el gatillo de la .45 a la que llamaste “el boleto al otro mundo”. Lograste ganar respeto en tu trabajo, aprovechándote de los débiles, de los descuidos de los demás; aun de los que en tus inicios te enseñaron cómo se hacían las cosas y te brindaron una mano amiga, que después pisoteaste en tu ascenso.
El círculo de los que considerabas tus amigos, siempre te vio tras la sonrisa fingida que tenían que darte si no querían perder el trabajo, o recibir misteriosos descuentos en el cheque con los cuales te cobrabas su falta de educación.

El respeto lo confundiste con miedo; en tu casa, apenas levantar el brazo derecho frente a quién fuera era motivo para que casi se pusieran de rodillas. Restaurantes caros y el mejor vino para disfrazar las vejaciones y los golpes. “Tengan dinero; cuánto quieres; yo trabajo para que no te falte nada; si te pego es porque te quiero”.
Y después a lavarte las manos por tus propios actos, cuando alguno de mis hermanos tuvo el valor de decirte tus verdades. “Yo no le pegué a tu mamá, estábamos jugando; Los mataron por pendejos, no por mi culpa; esa mocosa irrespetuosa andaba de loca, por eso le metía sus madrazos, da de gracias mujer, que no anda de puta; viste cómo llegó ayer, segurito andaba drogada, menos mal que a golpes se le bajó la chingadera que traía encima.”
Tu mujer, la misma que alguna vez te inspiró amor, se volvió tu saco de boxeo; la sonrisa se le desfiguró con la furia de tu puño derecho; los ojos claros se le ofuscaron a color violeta y eliminaste todo rastro de su personalidad. “No salgas así, pareces piruja, qué va a pensar la gente, ésta es una casa decente, así no sales”
Quisiste ver a tus nietos, como siempre, siendo grosero y maleducado; tus hijos se largaron del país para no volverte a ver la cara y la única vez que te llamaron, creyendo que habías cambiado; respondiste como siempre, “hasta que se dignan a llamar, inútiles, después de que tantos años los mantuve”; sólo escuchaste un pausado y monótono timbre, ya no éramos los niños que podías humillar.
Tu mujer murió después de una golpiza que le propinaste por llegar tarde de ver a su mamá, nadie dudó ni cuestionó tu versión de los hechos; quién osaría negar la palabra del coronel Ulloa, quién tendría el atrevimiento de tachar de violento a aquel hombre tan devoto que todos los Domingos estaba en primera fila en misa y que era tan bueno… en apariencia.

Hoy, me escuchas decir esto. Aunque no lo creas estoy viéndote de frente y no tengo miedo a que me des una guantada por irrespetuoso; ya no puedes hacer nada, no podrás abofetearme, ni darme cinturonazos en la espalda por no obedecer tus órdenes al pie de la letra.
Soy el único que quiso verte, para asegurarse de que esto era verdad y no era alguno de tus inventos para hacernos venir y luego corrernos con ese mal carácter tuyo, que siempre era “por nuestro bien”.
La capilla de velación está desierta, sólo estoy yo, leyéndote esto. Sé que estarás riéndote en alguna parte, “escritor pendejo, qué vas a escribir, cuentitos de princesas”.
Dejo esto y me voy, tengo que seguir haciendo mi trabajo de escribir cuentos de princesitas; nadie quiere tu herencia, todos mis hermanos quieren quitarse ese peso de encima, lo donamos a lo que siempre fue tu adoración: la iglesia. Por cierto, tus nietos, los hijos de Camila ya aprendieron a hablar, la niña pequeña dice que quiere ser bailarina, y el más grande dice que quiere ser policía. Estamos pensando en la mejor forma de quitarle esa mala idea, por su bien.

Vamos a hablarle de su abuelo.