jueves, 15 de julio de 2010

Máscaras


Máscaras



Nubes moteadas como piel de Jaguar
Rasgada en edificios y rascacielos, sangra
Negra y violácea la mañana, teñida en ámbar
En rojo fuego el cielo, huele a sueños mojados.

Ríos de multitudes púrpuras
Águilas enmascaradas, caminando de asfalto
Máscaras que llegan hasta los huesos
De jade, de tierra y de cantera.

Se arrastran, olvidaron volar
Se lamentan, se confunden: se niegan
Se arrancan los ojos para no verse al espejo
Hoy ya no lloran, ya no aman.

Sólo tragan saliva, escondidos tras su muralla de silencio.
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 Al maestro Octavio Paz, inspirado en su ensayo "máscaras mexicanas".




Noches de calor, en la ciudad

El vestido de seda cae al piso y el viento te besa los senos. Él te mira con lujuria, casi babeando y se desviste a toda prisa. No hay un solo cigarro para dibujar siluetas con los suspiros; para despistar la mente imaginando figurillas. Él no fuma y tú no puedes encender cigarros. Alguien sube a tu cuerpo.

Caes en la inmensidad de las pasiones, añejadas entre cojines púrpura. Tu nariz y tu memoria se revuelven en cientos de recuerdos, no es la primera vez en esa habitación; ni la primera vez de ese olor fétido y amargo, que, ahora te resulta como oler una rosa pútrida. Tiemblas; sientes demasiado frío y aunque te pusieras mil frazadas encima, daría lo mismo. Bebes un poco más.

Termina la faena; te quedas sola en la habitación. Lo habitual en este negocio, es marcharse pronto, pero te quedarás pensando hasta que amanezca, después la suerte dirá. De aquí nadie te corre, y allá nadie te espera. Tienes la cabeza llena de ideas, sientes una espina clavada en la garganta, intentas gritar, y escupes lágrimas.

Miras el cielo desde la terraza, pidiéndole un abrazo a la noche, al cielo infinito, al agua turbia que rodea esa esfera de plata. Miras el cielo y piensas en el amor, pero lo olvidas pronto, quieres sentirte bonita, contemplarte desnuda en el espejo del tocador. Te hundes en la cama.

Hasta cierto punto, te sientes realizada; estás en un hotel lujoso, tienes tres cuartos del mejor champagne bien frío y sólo para ti. Tienes tanto dinero en el buró que no cabe en tu cartera.

Vuelves a la terraza, miras el precipicio, estás en una suite de lujo y veintiséis pisos están debajo de tus pies. Sólo ves cientos de autos avanzar lentamente por las avenidas, estás parada sobre el filo de la terraza, comienzas a llorar. Lanzas la copa de cristal contra el piso.

Las lágrimas están cubriéndote la cara, saben a sal, a sexo. Ayer por la tarde te llamaron puta, y eso no es extraño, pero te duele. Estás llorando, ayer tu madre supo todo; te llamó puta, y juró jamás volver a verte.

- Se ve que era de las caras pareja, vea nomás lo arregladita que estaba, dijo el jefe que se tiró de la suite de allá hasta arriba –dijo el policía apuntando con un dedo hacia arriba.
-Estaba bien drogada, no sintió el golpe.

Un tipo con una bata te echa un ojo, se mete a una ambulancia y vuelve con una gran manta blanca, te cubre hasta la mitad de la espalda, no sin antes darte una palmada en el hombro.
-No te hubieras tirado, quería verte hoy de nuevo. Me gasté el aguinaldo en pagar la suite, y encima lo caro que cobraste… -te cubre por completo y llama a alguien más para que te metan dentro de una bolsa negra. Se pierde dentro del hotel, y más tarde dirá que no tenías pertenencias.
Quieres moverte, pero no puedes; alguien pasa su mano sobre tu rostro y te cierra los ojos.

Quieres encender un cigarrillo.